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Lejos de Casa

  • Andres Cuenca
  • 4 nov 2019
  • 5 Min. de lectura

Miles de jóvenes migrantes llegan a La Rioja todos los años, atraídos por las distintas carreras que ofrece la Universidad Nacional De La Rioja. De los 10.000 que ingresan en total, alrededor de 200 pertenecen al interior de la cuidad, como así también a las distintas provincias vecinas. Algunos deciden volver después de recibirse, otros adoptan a la rioja como su hogar permanente. En esta decisión influyen los vínculos, el desarraigo, el desarrollo profesional y las expectativas de futuro.

Cada joven que llega a la rioja tiene la oportunidad de construir una nueva versión de sí mismo. Durante años arma nuevos vínculos, construye un nido y una nueva red de contención.

Comienza el verano y con él, los preparativos familiares en busca de su nuevo lugar. Había incertidumbre, entre un abanico de posibilidades, de carreras distintas en diversas universidades. Elegirlo no fue fácil, pero la decisión fue definitiva, iría en busca de lo que le apasionaba.

Llegó febrero, ese día, el que esperaba hace tiempo, en el que tendría que comenzar una nueva etapa y con ello vino la mudanza, la cual preparó la noche anterior.

Un equipaje pesado y organizado para que nada falte. Allí, en cada bulto estaba el detalle de quienes lo acompañan, sus padres, quienes con gran ilusión alistaron muebles, cajas, bolsos, fotografías, como también así, la imagen de la Virgen del Valle, protectora y compañía de ahora en adelante.

Aquel primer día de febrero despertó temprano y entre vueltas y vueltas, como quien se rehúsa a irse, pasaron los minutos.

Tenía todo listo para emprender el viaje, aunque en su mente abundaban las dudas y la incertidumbre: ¿Qué le esperaba allá? ¿Cómo sería la nueva vida, en el nuevo lugar?

Era hora de partir, el momento había llegado. Subir al auto cargando el equipaje que pesaba casi tanto como la nostalgia, y es que querer cargar en él al pueblo entero para no extrañar, no es tarea sencilla, pero en nada se comparaba con la despedida, los consejos de los vecinos, los abrazos largos de sus amigos, los buenos deseos de la abuela, y todo el amor que quedaría a unos cientos de kilómetros.

En el asiento trasero viajaron haciéndole compañía el calor de la familia, el color del paisaje, y todos los recuerdos del lugar que lo vio crecer.

Eran las 10 AM, cuando se hizo realidad la llegada a destino, un poco demorados por el tránsito de la ciudad y la inesperada lluvia, pero finalmente era cierto. Ahí estaba su nuevo hogar, pequeño pero imponente como la nueva ciudad, conocerlo y comenzar a imaginar cómo sería el futuro allí le generaba alguna ansiedad y exaltación. Apropiarse de cada rincón, ver su nueva habitación, toda para él solo, y pensar que podía acomodar todo a su gusto le parecía un sueño. Pensar que podría cocinarse lo que quisiese le generaba alguna excitación, y así, iba descubriendo nuevas cosas que hacían que todo parezca perfecto.

Desempacar demoro un par de horas y organizar los espacios otras más. Armar, decorar, perfumar, para que así se parezca un poco más al hogar, para no extrañar… o al menos, no tanto.

A la tarde y con su rostro aun marcado por la angustia del desarraigo, pero con gran curiosidad, se dispones a conocer, a explorar. Mientras, podía escuchar “¿Cómo se llega a la universidad?” “¿Cómo será tu recorrido?” “¿Vas a poder guiarte solo?” Preguntas claves de ellos, sus padres que amorosamente fueron acomodando su nueva vida.

Así transcurrieron los tres primeros días. Hasta la llegada de la despedida, donde la angustia se acrecentó. Sus padres debían marchar y se quedó solo, mirando cómo la distancia crecía y lo separaba de aquellos que apostaron todo por sus elecciones y su futuro. Ahora sí, realmente era el nuevo comienzo.

La primera noche en soledad transcurrió dominada por el cansancio. Al otro día la jornada comenzaba muy temprano.

La alarma suena en señal del nuevo comienzo. Un rápido desayuno, la mochila lista, el horario aprendido de memoria, el recorrido en mente. Todo en orden para partir en caminata hasta la gran puerta, la puerta que lo esperaba para comenzar a forjar su futuro.

Al llegar al aula, antes del horario estipulado, pudo observar algunas caras nuevas, en las que veía reflejados sus propios miedos y dudas. Podía ver como algunos, interactuaban, comenzaban a entablar relaciones para que el cursado sea más ameno, o menos enigmático. Otros, al igual que él, decidían permanecer solos, o al menos por el momento.

La bienvenida a la universidad, a la carrera, y con ello, a su nueva vida, estuvo a cargo de una docente que les brindó la seguridad y el apoyo que a la mayoría les faltaba, para sentirse cómodos y sobretodo, contenidos.

Los días fueron pasando, y junto con ellos la nostalgia iba creciendo. Se hacía más difícil la distancia, las ganas de volver al lugar de origen aumentaban y las llamadas eternas ya no alcanzaban. Comer solo ya no le resultaba divertido, la soledad ya no parecía tan buena como al principio…

Lo que antes le parecía insignificante del hogar, ahora era todo lo que necesitaba. Ya no estaba mamá o papá para que hagan las compras, para que al llegar cansado de la jornada, lo espere una comida calentita con sabor a hogar. Ya no encontraba la casa limpia antes de dormir, la cama no se tendía mágicamente, los platos seguían amontonándose, y la ropa no se lavaba sola.

Aprender a administrar la plata para que alcance durante todo el mes era toda una odisea, siempre se acababa antes de tiempo, mucho antes. Pero para su suerte, el arroz y el atún no faltaban. El día en que llegaba la tan esperada encomienda con su nombre, se le escapaba un suspiro. Con ella llegaba la comida, la plata para el alquiler y si había suerte unos pesos extras envueltos en servilletas de papel en un rinconcito.

Los días se hacían eternos, las dudas lo atormentaban más que nunca.

En su cabeza no paraban de sonar las mismas preguntas, una y otra vez: “¿De verdad quiero esto?” “¿Qué hago acá?” “¿Tomé la decisión correcta?” “¿Y si me vuelvo?”

Cada día, al resonar estos interrogantes, ponía en la balanza lo que implicaría abandonar sus sueños para volver a los brazos de sus seres queridos, quienes habían puesto toda su confianza en él, en que podía lograr todo lo que se proponga, y así se fue convenciendo.

Pasaron meses de preocupación, pero al fin el camino se fue despejando. La universidad le fue proporcionando nuevos amigos, gente que a lo largo de los años y a pesar de los miedos, permanecerían…

Al medida que los años fueron pasando llegó la calma, todo fue tomando rumbo y más encaminado que nunca, se plantó para seguir firme por sus ideales. Tomando de cada experiencia un aprendizaje, tomando fuerzas para enfrentar cada obstáculo que podía presentarse.

La distancia ya no impedía que se sienta cerca de los suyos, las llamadas podían durar horas, las cajas con el pan casero, las semitas, y los dulces siempre llegaban, trayendo consigo la sensación de no haber dejado nunca su lugar.

Hasta el día de hoy, cada vez que visita su hogar natal, a la hora de despedirse se dificulta, pero la certeza de tener firmes sus metas lo empujan a seguir.

Ahora que ya queda poco para que lo que soñó el primer día suceda, se lo ve firme, convencido de que ante las dudas que alguna vez lo agobiaron, tomó las decisiones correctas. Que perseguir los sueños, siempre vale la pena…


 
 
 

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